viernes, 18 de octubre de 2013

Sangre para templar la hoja

A esto había quedado reducido el otrora orgulloso y temido ejército de Akodo Katsumoto. De contar con hasta 3000 guerreros, entre samurais y soldados campesinos, de asolar las tierras de los clanes León, Grulla, Escorpión y Cangrejo, de ser el líder ronin más temido de los últimos siglos...a una banda. Hubo un tiempo en que Katsumoto podía nombrar a cientos de sus hombres sin apenas esforzarse; ahora la tarea era mucho más fácil: Kinyeko, Bareka, Anzai, Teruo, Yuri (la única samurai-ko superviviente de sus valientes Matsu)y los hermanos Izo y Ryozo. Siete samurais, y su hijo, Nobutada, era todo lo que le quedaba en su escondite secreto, en el lugar donde su honor languidecía y se agusanaba, al que llamaban de manera trágica La Boca del León.
Oculto entre montañas, siguiendo el cauce de una corriente ya menguada incrustada en la roca, después de vericuetos y quiebros se encontraba el conjunto de cuevas y cavernas en el que Katsumoto había fijado su último campamento. Cuando llegaron aún quedaban cien hombres,apenas una compañía pero suficiente para mantener la llama de la esperanza viva. Mientras le quedara aliento y fuerza intentaría llevar a cabo su misión, su propósito: detener el influjo nocivo que los Grandes Clanes, uno de ellos el que antaño fuera suyo, ejercían sobre el Emperador, haciendo del divino descendiente de Hantei un títere.
Pero las fuerzas ya fallaban, el dolor se extendía por su pecho y el aliento cada vez era más difícil de exhalar, entre toses y sangre. Al menos Nobutada había adquirido también un propósito, una meta, no la loca aventura de su padre que casi acaba con su vida: había extendido una red de ronin por el imperio, en aras de ayudar a unos misteriosos pero bendecidos por las Fortunas samurais en una campaña que, aseguraba su hijo, restauraría la gloria del Emperador y le proporcionaría las armas necesarias para defenderse de sus muchos enemigos.
A su lado, de rodillas junto a su lecho, estaba la amable niña Grulla, Daidoji Nariko. Sus poderes, sus cuidados y sus susurros a los Kami habían mitigado el dolor y mantenido a raya la enfermedad, pero el karma se abría paso y un bushi debe enfrentarse a él con la cabeza alta: Katsumoto sabía que no vería otro día más, no se despertaría de nuevo.
Por eso cuando la sombra y la bruma cayeron en la cueva pensó que sus pasos ya se dirigían hacia Ryoshun y Emma-O, para ver qué reino de las almas le estaba reservado. Solo la sangre de Bareka, salpicada sobre su ropa, le hizo pensar lo contrario.


"Tan fácil, tan extremadamente fácil..." pensaba Korin al ver la obra de sus hombres. "Y, sin embargo, lo que ha costado encontrarles..." Era inaudito que unos antiguos León hubiesen podido esconderse así, de forma impecable. Un año casi le había llevado a sus espías encontrarles, y solo al final y con la ayuda del sughenja ronin llamado Máscara y sus contactos había sido posible. Korin sospechaba la verdad sobre él, a quién servía el enigmático aliado que los Kami o el Jigoku ponía en su camino, pero no le importaba: el trabajo estaba hecho. Solo había perdido a dos hermanos Soshuro, torpes patanes que habían pensado compensar su falta de destreza con las armas con sorpresa, humo y acechanza. Y es que las hojas que un día fueron León nunca quedan destempladas, sus cuerpos estaban ahí para dar fe de ello. Pero las apenas veinte almas que había en la cueva, entre samurais y sirvientes, eran ahora suyas. Un tributo a su señor, por los fallos anteriores.

- Korin, tenemos un problema- el gallardo y nauseabundamente guapo Bayushi le incomodaba en su momento de gloria, de los pocos que un humilde y retorcido enano albino podía tener.
- ¿Y cuál es, mi estimado Riochi-sama?- odiaba ser así de educado, pero compartía el mando de la misión con el bushi y no podía ofenderle, por miedo a incurrir otra vez en la ira de Shoju...no podía...otra vez no...
- Hemos encontrado el hierro, el carbón, los útiles de forja...y al herrero.
- Bueno, ese era nuestro propósito, ¿no es así?
- Muerto, Korin, ¡ está MUERTO! Uno de tus estúpidos embozados le ha atravesado el ojo con uno de sus shurikens, intentando acabar con el samurai que le defendía, nada menos que Katsumoto en persona.
- ¿Ese viejo? Si estaba enfermo y languidecía, según...
- ¿Según quién? Ese diablo amigo tuyo, que nos ha traído aquí envueltos en la más insidiosa sombra...alguna oscuridad está vedada incluso para los Escorpión...

Respondiendo a ese nombre, el enmascarado apareció, casi de la nada, alterando a dos samurais que habían visto muchas cosas en su vida y que eran especialistas en pasar desapercibidos. Era como si Máscara hubiese surgido de la sombra, fuese vomitado por ella, sin estar antes ahí.

- Hemos de irnos...este lugar ha quedado maldito y atraerá miradas que no nos interesa recabar.


Días después, Rina lloraba desconsolada en la cueva. Sabía que en ese montón de cenizas apiladas, entre armas y armaduras a medio derretir, se encontraba su padre. Y Katsumoto, el amable anciano general que les acogió y les defendió. Y Nariko y Nobutada y...
No, ellos no. Ellos no estaban muertos, pues la levantaron y lavaron, la reconfortaron y alimentaron. Le contaron lo que había ocurrido, como Nariko les hizo invisibles a ambos, como asistieron impotentes a la masacre, como Nobutada lloró y sufrió al ver la muerte de sus compañeros sin poder hacer nada y como Nariko tuvo que dormirle con un afortunado hechizo para que no se inmolara contra los siniestros asesinos. Le contaron a Rina las últimas palabras de Tsi-Kun, su padre, al tiempo que le entregaba a la sughenja de la escuela Asahina un lienzo con un objeto rígido y pesado dentro.
"Busca la bendición del León, la salvaguarda de la Garra, la fuerza del Colmillo, al Rey de todos los Rugidos"
Y eso se disponen a hacer. Pues tanta muerte debe ser vengada y la espada debe ser forjada, o el Imperio Esmeralda se derrumbará



sábado, 12 de octubre de 2013

Un encuentro extraño.

La sensación fue extraña. Como cortarse con un papel o pincharse con una astilla, pero mucho más intensa. Tanto que se antojó insoportable hasta que, rápida y vertiginosa, cesó, como había empezado, con un destello.

De pronto no sintió nada. No una nada pacífica o meditativa, una más apremiante, que tiraba de él. Como si esa nada le condujera a algún lugar, arrastrando su ser,todo él, llevándole a...

Una nube. O una bruma. O quizá niebla. Siendo marino tendría que ser capaz de distinguir una cosa de la otra, pero todo era tan esquivo y difuso. ¿Había sido marino en realidad? ¿Dónde estaba?

Había otras figuras a su alrededor. Vagaban, no se movían pero al poco ya no estaban en el mismo lugar. Se acercó a una, al azar, y tenía la extraña certeza de que, en otras circunstancias, hubiesen estado sentados. Si hubiese habido asiento, o cuerpo, así habría sido.

- Me llamo...Ata...creo que sí...Atas...Yoritomo Atas...Yoritomo. Eso seguro.

La otra figura parecía que se movía, y todo hacía pensar que era asintiendo.

- Esto es Meido, ¿verdad? - otro movimiento de cabeza- Estamos...esperando.

Unos minutos o unas horas de espera, de silencio. La conversación se reanudó, y el nombrado Yoritomo no sabía si era con la misma figura indefinida o con otra.

- ¿Por qué estás aquí? ¿Cómo te llamas?

Nada. Otra vez la nada, esta vez rotunda y contundente, en imagen y sonido. Poco a poco iba recordando quién era, qué hacía allí.

- Me cago en los piratas sodomitas que no son ni piratas. En su leonina cabeza y en su leonina boca me cago... Tú, eh, tú...¿hay que esperar mucho? ¿Dónde está Emma O? ¿De qué palmaste tú?

- ¿Yo? De guapo. Morí por ser demasiado chulo, demasiado hermoso para el mundo. Y, para terminar de redondearlo, por una flecha, si quieres saber toda la historia.

- Esa voz...que me coma el rabo una serpiente marina si esa voz no es...tú...tú...eres Masu, la Grulla Bonita!

Sin cuerpos, sin sustancia siquiera, los fantasmas, espíritus ni siquiera hechos de viento, se abrazaron.

Horas, días después, o quizá unos instantes, uno cesa de hablar...

- Y esa es la lista, más o menos completa...en cuanto a los muertos que he enviado aquí o de vuelta al Jigoku, también son incontables, pero lo intentaré, pues creo que me los requerirán ahora...
- Entonces...te tiraste a Michiko...a mi esposa...
- Bueno, sí...en realidad...
-...
-...
- Cabroooooooooooooooon...a mis brazos, hombre. Si tuviera que matar (o volver a matar) a cada bastardo afortunado que la ha coyundado...

Y así la espera para tan valientes samurais en vida se hizo más llevadera, entre historias de gloriosas batallas y tórridas aventuras de cama.