Si hasta ahora no he hecho nada por registrar nuestra aventura ha sido, dejando la falta de tiempo aparte, por cierto sentimiento de invulnerabilidad. Si la propias Fortunas nos habían elegido para cumplir con una misión de vital importancia para el Imperio, pensaba, no iban a dejar que los azares de la vida del samurái nos apartaran de nuestro destino. No podía estar más equivocado, como de costumbre.
La muerte de mi querido primo Kioshi ya debiera haberme servido de adveretencia. Si él, siendo como era un poderoso guerrero Mirumoto, la más importante escuela de bushis de Rokugan, cayó ante las malas artes de nuestros enemigos, yo que no soy más que un humilde investigador, de la gran familia Kitsuki el menos hábil, bien que me puedo perder fácilmente en los avatares del camino. Sin embargo no podía sino sentirme relativamente a salvo, al menos en lo que respecta al cumplimiento de la misión, pues en ella me acompañan guerreros de renombre y poderosos hechiceros que triunfarían allí donde yo fracasara.
La muerte de mi querido primo Kioshi ya debiera haberme servido de adveretencia. Si él, siendo como era un poderoso guerrero Mirumoto, la más importante escuela de bushis de Rokugan, cayó ante las malas artes de nuestros enemigos, yo que no soy más que un humilde investigador, de la gran familia Kitsuki el menos hábil, bien que me puedo perder fácilmente en los avatares del camino. Sin embargo no podía sino sentirme relativamente a salvo, al menos en lo que respecta al cumplimiento de la misión, pues en ella me acompañan guerreros de renombre y poderosos hechiceros que triunfarían allí donde yo fracasara.
Ha de servir este hecho como recordatorio de que los avatares del destino se pueden interponer en nuestra misión y que es nuestro deber facilitar la tarea de los que nos sigan, en el caso de que nosotros no lleguemos a ver culminados nuestros esfuerzos con la victoria contra los enemigos de Rokugan.
Para que esto se cumpla, este diario quedará bajo la custodia de los samuráis del Clan de la Mantis. El honorable capitán Yoritomo Atasuke será el depositario de esta memoria de viaje, y se encargará personalmente de hacerlos llegar a la Capilla de Ebishu sita en la Aldea de la Muralla sobre el Océano. Allí comenzó todo y, si la muerte nos reclama, bien puede ser que sea el punto de partida para nuestros sucesores. Si son ellos los que leen estas líneas, id con mi bendición y que los Kami os guarden. Mucho es lo que hay en juego, no lo olvidéis.
Como ya dije, nuestro primer contacto tuvo lugar en la Aldea de la Muralla sobre el Océano. Sin embargo, para cuando eso ocurrió, todos nosotros ya llevábamos muchas leguas recorridas en pos de diferentes objetivos. No soy yo quién para descubrir los destinos de mis compañeros, ese es su derecho y si desean mantener el secreto no seré yo quien traicione su confianza, pero sí que soy dueño de descubrir el porqué de mi presencia, cansado y empapado, en la Capilla de Ebishu, en aquella lluviosa noche.
El viaje fue largo, tedioso y bastante duro, pero sin incidentes de gravedad hasta mi llegada a la Aldea de la Muralla sobre el Océano. Llovía como si los Kami quisieran ahogar al mundo y Osano-Wo golpeara tierra y mar con su tetsubo de trueno como si fuera un tambor. Me disponía a entrar en la Aldea cuando quisieron las Fortunas que uno de los rayos de la tormenta iluminara a otros dos viajeros que parecían encontrarse en dificultades. Se trataba de un joven guerrero, gravemente herido en la pierna y la cadera derecha, que se apoyaba en su compañera, una samurai-ko más veterana. A duras penas pudo ésta reprimir su orgullo para solicitar mi ayuda. Se trataba de dos ronin que, a todas luces, huían de un mal encuentro. No resultaba probable que aquellos dos fueran otra cosa que fugitivos de la justicia pero, a pesar de mi condición de servidor de la Ley, nunca he dejado de atender a alguien necesitado, costara lo que costase. Esta vez no iba a ser diferente. Tras hacer un primer vendaje en la tremenda herida que sufría el joven ronin, entre su compañera y yo arrastramos al maltrecho guerrero al cobijo de la capilla de Ebishu, que parecía ser la única que nos podría acoger en aquella noche fría.
Allí nos encontramos con que no éramos los único viajeros que se habían visto obligados a pernoctar en la capilla. Tras acomodar al herido como mejor pudimos pude pararme a observar a los otros ocupantes del santo lugar. Todos eran samuráis, todos de clanes diferentes. Allí que conocí al llorado Doji Masu, el más hábil de los alumnos de Kakita y el más digno de los hijos de Doji. Junto con él se encontraban una shugenja Isawa, que como bien sabrán pertenecen al del clan del Fénix, llamada Sayuri y una esquiva samurai-ko, pertenenciente a los temibles Bayushi, familia del clan del Escorpión, por nombre Michiko. Desde esa noche nuestros destinos se han ligado y no pudieron las Fortunas proporcionarme mejores compañeros en mi viaje. En su noble compañía no puedo sino sentirme como si fuera unos de los Truenos.
Gracias a la hospitalidad de los monjes que atendían la capilla, a los que describiré más adelante, pudimos cenar y calentarnos y ya nos disponíamos a dormir cuando el ruido de una numerosa comitiva a caballo nos desveló. Se trataba de los perseguidores de los dos ronin, una poderosa hueste de guerreros del Cangrejo. Los dos fugitivos no tenían escapatoria. (CONTINUARÁ)
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