viernes, 14 de diciembre de 2012

Diarios de Kitsuki Toyoaki, del Clan del Dragón (III)

Por Kitsuki Toyoaki.


Todos los peregrinos refugiados en el Templo de Ebishu despertamos al alba, incluido el joven guerrero que acompañaba a Hisa. La noche anterior, tras recibir los cuidados de Isawa Sayuri, había caído inconsciente, de modo que nos vimos en la obligación de describirle el final de su compañera. Mantuvo la calma admirablemente y, para sorpresa de todos, se identificó como Nobutada, hijo del general renegado Katsumoto, antaño Akodo, apodado "El Viejo Leon". Mucho tiempo llevaba ya él haciéndole la guerra, según él en defensa del Emperador ,  a todos los clanes y en particular al León y a la Grulla, pues consideraba que usurpaban las atribuciones que sólo la Autoridad Imperial debía ostentar. Parecía ser que , aquella vez, también había involucrado al Cangrejo y que éste le había asestado una contundente derrota. Con todos los clanes ya en su contra no pintaba bien para el Viejo Leon.

Esta revelación resultaba en extremo peligrosa para Nobutada, pues se estaba descubriendo como rebelde y lo que es más importante, hijo del rebelde más importante de Rokugan. Si hubiera sido capturado eso hubiera significado el final de la revuelta de Katsumoto. Sin embargo los que serían mis nuevos compañeros hicieron propia la promesa que yo mismo hiciera a Hisa y no lo delataron. Que no lo hicieramos puede parecer una falta a nuestros deberes para con el Imperio pero es, en mi opinión, la demostración de que ya éramos conscientes de que las circunstancias y de que los hechos no resultaban, ni mucho menos, fortuitos: La reunión de samuráis de cuatro clanes diferentes, la tremenda exhibición de bushido de Hisa, una ronin supuestamente sin honor, los extraños monjes y sus peculiares habilidades,... Todo estos factores, incluida la oportuna tormenta que había impedido que siguiéramos viaje o que pudiéramos buscar otro refugio más cómodo, sumaban tal cúmulo de casualidades que creo que no podíamos dejar de pensar en una voluntad que esperaba algo de nosotros.Y una voluntad capaz de invocar a la tormenta es algo a tener en cuenta siempre.
Personalmente lo que más me intrigaba era qué podía unir los destinos de tan diferentes samuráis. Por un lado los bushis, Doji Masu del clan de la Grulla, alumno destacado de la escuela Kakita, y la samurai-ko Bayushi Michiko, del clan del Escorpión. En clara discordancia con ellos Isawa Sayuri, una joven shugenja que disfrutaba de su primer viaje fuera del territorio del Fénix. Y por último yo, un Kitsuki caído en desgracia, buscando redimirse en el exilio.

El primero era un apuesto samurái, de gran estatura y potente voz. Se mostró en todo momento altivo, seguro de sí mismo, pero a la vez atento y exquisitamente educado. Muy en la línea de los hijos de Doji. No era esto óbice para que, al menos para mí que me había criado entre guerreros, fuera evidente que su seguridad, y también su altivez, ¿por qué no decirlo? provenían de poder sostener sus palabras y hechos con el filo de su su katana en todo momento. Desde el primer momento me trató de igual a igual, y bien saben los Kami que dada mi situación no tenía  ninguna obligación  de ello. Es algo que no olvidaré nunca y que nunca le agradecí lo suficiente.

Fue un gran guerrero, compañero fiel como pocos. Lo extrañamos mucho, y más que lo extrañaremos en días por venir, cuando su certera espada, su valor y su rápido juicio nos sean necesarios. Si en mi mano está luchar para erradicar a los piratas que acabaron con él, tened por seguro que no todos los soldados de la Grulla en esa batalla vestirán el blanco y azul. Pero eso es algo que todavía está por ver. Ahora me veo en la obligación de limitarme a relatar cómo nos vimos embarcados en esta aventura.

Con respecto a Bayushi Michiko he de decir que, para mi vergüenza, me dejé llevar por los prejuicios que sobre este clan abundan y me costó bastante más dar mi confianza a la misteriosa samurai-ko. A día de hoy con gusto me dejaría matar por ella y por su hija, la encantadora Takara, pero no adelantemos acontecimientos. Sólo decir que la primera impresión que me dio Michiko fue la que dan casi siempre los miembros de su clan: sigilosos, amigos de misterios y secretos, poco dignos de confianza y en general traicioneros y peligrosos. Se mantuvo en un discreto segundo plano en todo momento, sin embargo, sí que prestó su apoyo cuando enfrentamos a los Cangrejo.

Bushi de maneras suaves, de una belleza por la que muchos matarían (y a fé mía que lo hacen), su capacidad para entrar y salir sin ser vista fue lo que, en principio, me puso en guardia contra ella. Por mi entrenamiento estoy predispuesto a desconfiar de todos aquellos que no suelan usar la puerta principal, aún en el caso de que yo mismo utilice de esos subterfugios para conseguir mis objetivos. Espero que estas líneas sirvan de disculpa. No siempre hemos de creer en lo primero que se nos muestra.

Como contrapunto a esos dos graves guerreros estaba la alegre Isawa Sayuri, Shugenja del clan del Fénix. Ella sabrá perdonarme si digo que me pareció, al principio, algo atolondrada y fuera de lugar, con su  flamante kimono amarillo y naranja y su expresión de perpetua sorpresa ante todo. Bien es verdad que en su descargo hemos de decir que se trataba de la primera vez que salía del territorio de su Clan y que ni siquiera allí había viajado mucho. Esta impresión se reforzó durante la noche, sobre todo cuando el monje gordo se puso a tocar. En cuanto empezó la música se quedó obnubilada, totalmente fuera de la realidad.

De nuevo mi juicio me falló al juzgar a la joven shugenja. Durante nuestros viajes ha dado muestras constantes de que es un ejemplo a seguir por todos los seguidores del bushido, sean guerreros o  no, sobre todo en lo referente a las virtudes de la caridad, el honor y el valor. Y si a veces es un poco bisoña, he acabado por considerar eso más una virtud que un defecto que, además, no merma en nada su capacidad. En pocas palabras, no podría estar narrando nuestras aventuras de no haber contado con ella y su mano certera con los Kami. En los mares del sur de Rokugan ya se empieza a hablar de las hazañas de la "Furia Roja", que hunde barcos pirata y controla tempestades a voluntad.

Estos son mis compañeros, los que más adelante, junto conmigo mismo, serán bautizados como "Los Cuatro Rayos".Puede parecer que divago, que me pierdo en descripciones, pero es que considero de vital importancia que aquellos que nos sigan sepan cómo éramos en vida y por qué fuimos elegidos para esta misión.Quizá ello responda a alguna de las preguntas que se planteen.

En cuanto a mí, no hay gran cosa que pueda decir sin que parezca vacuo. Soy un humilde samurái del Clan del Dragón, de la familia Kitsuki, alumno de esa misma escuela. Por azares del destino, reconozco que aderezados de graves errores de juicio por mi parte, me vi condenado al ostracismo por mi propia familia, que no ha dudado en recordármelo cada vez que ha podido. Perdí de una sola vez, posición, honor y a mi prometida, no me vi obligado al seppuku por la buena voluntad de mi maestra, aunque no puedo dejar de pensar que quizá no me lo permitiera por dudar de mi capacidad para realizar dicho ritual honorablemente. Esta misión, esta aventura, es la única forma de restaurar mi honor y y posición. Y estoy dispuesto a hacerlo en esta vida o en el más allá.

Volvamos pues a la historia. Estábamos en el Templo de Ebishu, en la Aldea de la Muralla sobre el Océano. Habíamos pasado allí la noche y, ya todos levantados, nos disponíamos a buscar el desayuno. En ese mismo instante entraron en el Templo dos heimin, dos humildes campesinos, claramente a mis ojos  padre e hija, y se postraron ante la efigie de Ebishu que presidía la capilla. Junto a ellos entraron dos samuráis, una shugenja  del clan Asahina y un guerrero Daidoji. En contra de toda costumbre, parecía que los samuráis cedían el paso, que escoltaban, a los campesinos mientras estos rezaban.

¿Cómo explicar lo que nos ocurrió a continuación? ¿Cómo evitar que penséis que estoy loco o, peor, que soy un hereje o un traidor al Imperio Esmeralda? La verdad es que no sé cómo hacerlo. Solo sé que debo intentarlo.

Hubo un momento en que todo se detuvo. Un instante en el que estábamos allí, y no estábamos. Un eterno parpadeo en el soñamos sabiendo que estábamos despiertos y en el que teníamos perfecta consciencia de que lo que veíamos era real. No sólo real, sino nuestro destino. Nuestra obligación más allá de las exigencias del Imperio actual, de las obligaciones para con nnuestros clanes y familias, nuestros deseos de fama, gloria y honor.

"¡DEFENDED AL LEON!" Escuché. Se trataba de una voz que no era sonido, que era sólida y material, que golpeba con su mensaje cada átomo de mi ser. Una voz que era muchas voces: voces del aire, el agua, la tierra y el fuego, del mar y la montaña, voces de tormenta y de calma, de los árboles, las rocas y las bestias salvajes todas, de hombres y mujeres, de niños y ancianos. "¡DEFENDED AL LEON!"

Me vi formando parte de un círculo, en cuyo centro se hallaba un leon negro, joven y desafiante, fuerte pero aún no lo suficiente para afrontar los muchos peligros que lo amenzaban. Doji Masu, Isawa Sajuri y Bayushi Michiko eran los únicas figuras del círculo defensivo a los que podía distinguir bien. Los cuatro parecíamos enfrentar peligros diferentes. En mi caso, se trataba de una gran nube negra, informe y opresiva, que amenazaba con sofocar a su presa. Enfrentaba el peligro con la katana y el  wakizashi desenvainadas ambas,  en posición nitten. Cargaba contra la nube y esta parecía retroceder, para en seguida tratar de rodear al leon desde otro ángulo. Se trataba de una lucha infructuosa, frustrante, además de extraña porque la postura nitten pertenece a la escuela Mirumoto, de la que no tengo la fortuna de haber recibido enseñanzas, y sin embargo en el sueño parecía controlar perfectamente.

Un instante después la visión cambio para mostrarnos una herrería, oscura y calurosa, en la que trabajaba incansable un herrero. Ese herrero era unas veces el heimin que acabábamos de ver entrar en la capilla, otras su hija. Asistíamos, despues de un tiempo que pareció eterno, a la culminación de una espada, las más hermosa katana que yo haya visto jamás, la cual emitía una luz tal que ahuyentaba la nube de sombra que asfixiaba al leon.

Con esa visión volvimos todos a la realidad, aún sabiendo en el fondo de nuestros corazones que lo que habíamos visto era tan real como el arroz que acabábamos de tomar con el desayuno. Estábamos todos parados de pie, mirándonos los unos a los otros, conscientes de que todos los presentes habíamos ido a parar al mismo sitio, que de alguna manera estábamos intrínsecamente ligados. Una preciosa voz, leve como el canto de un ruiseñor, nos sacó de nuestro anodadamiento:

-Me alegra encrontrarlos aquí, en este lugar santo.-dijo- Creo que lo necesitamos ahora es aire fresco. Aire fresco y una explicación.

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